La palabra emoción viene del latín emovere, y significa: retirar, desalojar, mover de un sitio, hacer mover. Es por eso que las emociones nos sacan de nuestro estado habitual. (A veces de quicio).
¿Y donde nacen mis emociones? ¿De donde viven? ¿Qué las alimenta?¿Podemos hacer algo para gestionarlas?
Durante muchos años, la emociones han quedado en segundo plano por detrás de la razón, el ser y la verdad. Con el nacimiento del racionalismo, creado por Descartes –Pienso luego existo– pareciera ser que los seres humanos somos solo seres racionales, donde solo la mente es la que nos guía, en nuestra búsqueda de sentido diario.
Blaise Pascal ya lo advirtió hace 350 años con su famosa frase:
El corazón tiene razones, que la razón desconoce.
Las emociones son predisposiciones para nuestras acciones. Sin ellas nuestros actos carecen de consistencia y perecen en el tiempo.
Las emociones, nos ponen en alerta, nos ayudan, nos hacen de guía, nos ayudan a entrar con menos incertidumbre en el futuro, pero cuando toman demasiado protagonismo sobre nosotros, estados de ánimo, nos dominan, nos paralizan, o nos lanzan al vacío y pueden convertirse en nuestra peor pesadilla.
No somos responsables de ellas, aparecen de repente, como un rayo en mitad de la tormenta, a partir de un acontecimiento del exterior que hizo que algo cambiase. ¿Y ahora que hago con ella?
Michael Graves, filosofo americano, nos explica una historia de alguien que sale a pasear por la montaña. Respira, observa la naturaleza, el cantar de los pájaros y la felicidad y la paz lo inundan, hasta que de repente aparece una culebra. En pocos segundos sus emociones cambian; el miedo y la tensión lo dominan de repente, y lo posible y no posible queda a merced de lo que diga la culebra.
¿Tienen sentido que sea ella la que elija mi futuro? ¿Cómo se llama mi culebra?
Si sabemos identificar nuestras culebras diarias, podemos decidir que hacer con ellas, si nos producen miedo, tristeza, ira, podemos decidir quitarlas en el camino, y si es alegría, sorpresa o amor asegurarnos de mantenerlas.
No somos responsables de nuestras culebras diarias, pero si de que queremos hacer con ellas. Nos las subimos a casa y las convertimos en mascotas o nos hacemos un guiso de culebra.
Mírate, obsérvate ahora y dime como te sientes. ¿Cual fue el acontecimiento que hace que hoy te sientas así? ¿De donde salió esa culebra?
Las emociones, cuando se quedan con nosotros mucho tiempo, se convierten en estados de ánimo y al final somos poseídos por ellos.
¿Te gustaría exorcizarte? Revisa que es lo que piensas.
¿Que pienso a cerca de mi? ¿Que pienso a cerca de los demás? ¿Qué pienso a cerca del mundo? ¿Es injusta la vida conmigo? Saca el agua bendita, y observa que es eso que piensas.
Nuestros pensamientos, se convierten en emociones, las emociones en acción y las acciones en resultados.
Normalmente cuando queremos cambiar los resultados, cambiamos nuestras acciones, pero si no hemos conseguido cambiar nuestro pensamiento, las emociones no nos acompañaran, siendo incoherentes en esta línea del tiempo y haciendo que no se produzca eso que queremos cambiar.
¿Qué es eso que estoy pensando que hace que me sienta así? ¿Para que me esta sirviendo? ¿Me ayuda o me limita? ¿Puedo aportar hechos que lo validen, o son pensamientos alimentados de vacío?
Mis emociones no viven fuera, me pertenecen, dependen de mi, de cómo veo la vida, el mundo, de que gafas llevo puestas. ¿Veo culebras o cosas que me hacen feliz? ¿De que color son las que gafas que llevo puestas?
Vamos a hacernos domadores de serpientes o cocineros de emociones, y empecemos a decidir que hacemos con ellas.
foto: Lucka Blâsková